19 agosto, 2009

Adiós

I

Fuerte
fuego del incendio,
rotas llamas de los
días que
concluimos saludando al sol
en tu abierta desnudez.
Independientes siluetas de
cuanto fuimos
al oleaje de los
oceanos

abiertos como tu desnudez,

resucitando las
albas solitarias
que nos contruyeron.

Aunque no lo viera,
dicen
que lo hiciste, un
abrazo fuerte para esos
ojos tristes
para mi
abiertos
siempre
como tu desnudez.

II

En el estrecho
pasillo del
translúcido de los días
me encontré tu imagen
reflejada
por las luces inmensas
que velan las puertas
del recuerdo.

Deshizimos los disparos
entre el aire, disolviendo
las catástrofes
de los días,
y aún sonaban las
bestias de los acantilados.
Aún colgaban los contornos que
delimitaron nuestros cuerpos,
desgajando en continuidad
los secretos
arrancados de las raíces del bosque.
Como nuestros nombres, en la
vertical y horizontal
al vacío del mar,
voces arrogantes contra la
muerte
inexorable
del futuro que prometimos.

El lugar donde solíamos gritar.


III

Se marchaba el
ángel, y no hubo tiempo
para pedirle
perdón. Fue sólo
nieve
al aire desde las
alas
del cisne
en el espacio infinito por recorrer.
No hubo tiempo de
creer y descreer
en él, de negarse y
convertirse en lo que
jamás quisimos ser.

En el vaivén donde me mezco ahora
se plantean las cuestiones con
el humo y las palabras, como
frases algebraicas
escritas contra el cristal
guardando la física de las
entrañas del universo.

Zapatos,
lo puesto por los años y
las dudas,
y una carretera
al sur. Siempre al sur.

Donde me duerma está mi hogar.

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