rompí todas
las ventanas fronterizas
y los aullidos de mil
almarosas
sietemesinas atravesaron
el umbral de los
vacíos,
eco sobre eco,
antorcha sobre antorcha,
prendiendo el
infinito de los fuegos a la
tierra baldía
de los desiertos.
Aprender
a bailar en una
mitad
que no sea de tu ausencia,
a caer al
picado del estómago cuando
no haya respuesta a
mi arrogancia,
a sufrir
el pacto de todas tus amenazas
sueltas
por la casa, de noche,
rotas y
afiladas como mi
voz al recordarte.
A ver fluir la
lluvia roja del
ácido laguna de otros ojos,
a ser recogido
de mis añicos leves por
otras manos,
ásperas de sentido.
La afloración del verano será
fresca
de lavanda y hierbabuena.
El presente del verbo
hará nacer un
septiembre largo, listo
para los brotes
de la siega.
Fuertes e independientes.
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